De pibe uno es arquero por vocación o descarte: ``Atajo yo´´ o ``Vos gordo anda al arco´´ Pero predomina el descarte o el negociado ir y venir de incesantes arqueros siempre renovados ``Viejo, un gol cada uno… Ahora te toca a vos´´ Es decir que la vocación pateadora es primeriza, instintiva. La atajadora, no. La primera tiene que ver con la ardorosa actividad infantil, la participación directa solo limitada por el grado de iniciativa para correr como un desaforado atrás de la pelota. La arqueridad, en cambio, se vincula a un cierto grado de madurez. El que ataja es porque ha vivido. Aunque sea un poquito.
Y vivir es tener conciencia de la malaria –entre otras cosas- trascender el juego y asumir que se puede perder: el arquero apuesta siempre y no tiene empate. Tanto el gordito que se banca las puteadas porque no le salio al habilidoso que venia con pelota dominada, como el vocacional que la perdió en un lujo y también es masacrado sin piedad, ambos aprenden de salida eso de que ``el puesto mas ingrato´´. Como el referí, el arquero suele ser bueno cuando pasa desapercibido, cuando hace fácil lo difícil, cuando simplifica. Se repara en el cuando se equivoca y su error no es suyo solamente: Todos los demás pagan por el y el paga por todos. Pobre, maneja culpas.
Juan Sasturain
Del libro Ser o no ser arquero de Lucio Fernandez Moores.
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