Aquel chico pateaba la pelota una y otra vez en aquellos terrenos duros y desparejos de la Plaza España. Desde su barrio, Barracas, el Flaco comenzó a soñar lo que todo pibe sueña: Jugar en una Primera División.
Las veredas empedradas de la calle Pedriel pronto se empezaron a hacer eco de aquel pibito que arrancaba en las inferiores de Huracán, pero que adentro suyo sentía los colores de la academia como nadie.
Ese que la llevaba siempre cortita. Al pie. Que siempre buscaba al compañero mejor ubicado, y cuando los rivales cerraban sus caminos, bloqueados de piernas en busca de la tan preciada redonda, el los dormía con remates que le quemaban las manos al único que puede usarlas, casi ridiculizándolos.
Un buen día lo empezaban a saludar algunos cholulos desconocidos. A los pocos meses ya era una especie de prócer barrial. Solo algunos años después, algunos millonarios ya conocían su nombre y figura.
A esta altura el Flaco ya no transitaba con frecuencia las callecitas de Barracas, pero nos cuentan los vecinos que cada tanto, se pega una vuelta. Y, el barrio tira viste.
Un día le toco decir adiós. Uno de esos que duelen. Quedarán en el recuerdo las rodillas de barrio en la plazita. Su niñez, inocencia, su aprendizaje de las cosas de la vida que ningún libro le podía explicar. Se fue a Portugal, con sus castillos, también a la Francia de la Torre Eiffel, el glamour, le bon appetit. Pero nunca olvido sus raíces. Nunca cambio. El pibe de barrio es así. Los que nacen con poco valoran lo mucho que tienen.
Es tarea de los que de verdad saben descubrir que tiene el pibe de barrio que no tiene el resto. La nuestra no es descubrir, sino aplaudir. Felicitar. Conmemorar. Porque aquel chico un día fue un pibe común. Porque nunca perdió la humildad.
Así, triunfa como lo hace. Por eso, ese flaquito de Barracas es reconocido por todo el mundo. Por eso, aquel chico, hoy, es Lucho González.
Ale Romero
No hay comentarios:
Publicar un comentario