A medida que el avión bajaba a una pista de aterrizaje con niebla, me acordaba de un documental que había visto por NatGeo sobre catástrofes aéreas unas noches antes, donde mostraban aviones que sufrieron un leve error y cayeron sin ninguna chance de salvarse, tomas de rehenes, ataques…
En fin, en lugar de estar anotando como jugaba el arquero albanes o que táctica le convenía a la Argentina, me encontraba con frío y miedo en un asiento de un avión, sin poder entender que pasaba, si nos estrellaríamos, si llegamos a donde habíamos pactados, si estaba en un vuelo fantasma.
Sentí las ruedas impactar en el suelo. Mi asiento tembló, como todo el avión. Vi las caras de los demás pasajeros. Estaban con cara de tensión, algunos hablaban desesperados, otros usaban sus celulares. Esto último me preocupo de sobremanera debido al no tener que usar artefactos electrónicos en el aterrizaje de un avión.
Era complicado explicar mi situación. Yo sentía que algo, del avión, del vuelo, de los pasajeros, estaba mal. Esa sensación se alimentaba a medida que veía los rostros de la gente de aquel avión, las azafatas, la niebla en la pista.
Se me pasó por la cabeza también el caso del Triangulo de las Bermudas. Pero fue un instante. El avión, poco a poco, se detuvo. Al estar parado en la pista, una azafata dijo algo que no pude comprender.
Los pasajeros se pararon y comenzaron a avanzar. Bajé del vuelo en plena pista de aterrizaje, con frío y niebla. No pregunte por el equipaje, sabía que era solo perder el tiempo y el tener una respuesta con una mirada de preocupación. Tendría que estar en el Aeropuerto Internacional Madre Teresa, en donde me dejaría el vuelo, pero no era para nada un aeropuerto internacional.
Veía, a lo lejos y con la dificultad de la niebla, hombres con los brazos atrás mirando y policías comandando la fila de pasajeros recién bajados del avión. Vi, atrás, que cinco o seis oficiales ingresaron a la aeronave y sacaron al piloto y copiloto con las manos en alto. Atrás un oficial los hacia avanzar con un arma.
Ambos tenían una expresión en su rostro de “Yo sabía que esto iba a pasar, yo sabía”. Los hicieron ingresar a una camioneta. Yo, con las personas que estaban en el vuelo, azafatas y algún que otro tercer hombre de la cabina, nos encontramos en la puerta de un edificio bastante afectado, con ventanas rotas y diversos papeles tirados en el suelo.
Identifiqué el cartel “I heshtur”. Me entregó en mano un oficial de ojos claros, barba a medio cortar y cuello venoso un volante con un escribo y una imagen de la bandera albanesa, el cual aún guardo en mi bolsillo: “Nuk lejojnë përdorimin e lighters, armëve të zjarrit dhe fishekzjarre në poscición tuaj të tanishme kur ju vendosni të përdorni mund të jetë shtënë si një masë paraprake dhe mbrojtjen e nderit ushtarake në Shqipëri”. ¿Qué joraca va a suceder?.
Pase a hacer fila junto a los demás pasajeros. Muchos, por su habla, me dí cuenta que eran albaneses o simplemente de sectores en los cuales no podía manejar el idioma, hasta que oí un “Be quiet” . Inglés.
Un hombre de unos 60 años, media estatura y cabello canoso, casi pelado, hablaba aquel idioma. No dude en avanzar y preguntarle que pasaba, que iba a suceder, donde estábamos. El, tranquilo, me comento que es un chequeo. Que la situación en Albania era tensa y que controlaban a los vuelos, si tenían armas, cuales eran sus intenciones.
En un inglés que parecía de los Estados Unidos, me describió que era un simple tramite de migración. Me pareció algo exagerado teniendo en cuenta como se llevaron al piloto y la preocupación de las azafatas. Me dijo algo más que no pude comprender debido a que no manejo al 100% el inglés y que los nervios míos se pusieron al máximo al ver que un oficial militar se acercaba a la fila e ingresaba a un cuarto con una puerta de madera.
Ingresó el primero de aquella cola, así hasta llegar a mi, un argentino perdido, con miedo a la muerte y a que pueda pasar. Tres militares, armados con algo parecido a un arma común y corriente, me hicieron señas de sacar todo papel o objeto que tenga en los bolsillos.
Saqué un par de mangos que tenía, unos chicles y finalmente, el pasaporte. La plata la vieron con una cara extraña. Y el pasaporte fue un puente a una pregunta que uno de los oficiales, de bigote y cejas gruesas dijó en albanes y el otro me transmitio en ingles: “Why do you have a passport from Uruguay and money from Argentina?”.
Traté de explicar que hice una escala en Buenos Aires, que si soy uruguayo. Jugaba con la suerte que descubrieran que tenía pasaporte trucho. Uno miro con cara de haber descubierto una cura o un nuevo animal. “Argentina, Argentina, Messi, Partido Amistoso Copa La America Dos Once”. No podía creer lo que oía. Empezaron a hablar en su idioma. Estaban emocionados prácticamente. Yo trataba de entender, pero no podía pensar, estaba nervioso, con la cabeza a mil. ¿Sabrán algo del amistoso que se está por jugar?.
Por Teby Blogs
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