Les quiero contar, esta vez, la historia de una escuela. No, no te asustes, vos, si sos estudiante de secundario, facultad o lo que sea, seguimos en vacaciones no voy a martirizarte con el estudio. Yo te quiero contar la historia de la escuela que te enseña a vivir. La escuela del fútbol.
Yo nací en un barrio de casas bajas y buena gente. Nunca me falto nada pero tampoco me sobro. Era un chiquito que se conformaba con poco y eso poco me hacia el nene mas feliz del mundo.
Un día mis abuelos me trajeron una pelota. Tal vez inconciente o tal vez como teniendo alguna premonición de lo que el nene iba a ser, no estoy seguro. De lo que estoy seguro es que eso, me cambio la vida.
Aprendí a jugar y con eso aumentaron mis ganas de competir. Lo hermoso del deporte, de ganar e irte con aires de ganador, o perder y no querer hablar con nadie. Con ganas de meterte debajo de la tierra.
Sin embargo, la pelota, mas allá de la una diversión de chico, termino siendo una escuela, mi escuela que me iba a enseñar las cosas mas importantes que tengo.
Ella me enseño a ser una persona con principios…y finales. Si, porque aprendí a tener principios, pero a defenderlos también.
Aprendí a tener sueños, a realizarlos y vivirlos. También descubrí lo difícil que era llevar la vida con extrema bondad. La línea bueno-boludo es tan finita que podes pasar de una a otra de un momento a toro. A veces sin retorno.
A mi las pautas básicas de la vida, como el compañerismo, la solidaridad y amistad, los tan mencionados valores que la escuela nombra pero no enseña. Yo las aprendí en la escuela del fútbol.
Aprendí lo que es compañerismo el día de mi debut en el fútbol cuando me toco salir y mi compañero me felicito por lo hecho.
Lo que era la solidaridad, cuando me toco no jugar y recibí el apoyo de todos mis compañeros.
También lo que era la amistad, cuando salíamos de entrenar e íbamos a tomar algo con los chicos, y nos íbamos uniendo cada vez mas. Es mas, mis mejores amigos los tengo del fútbol. Nunca encontré gente tan leal y con tantos principios como ellos.
Aprendí a abrir los ojos y ver más allá. De saber que son pocas las personas de confianza y es un error no aferrarse a ellos.
A cuidarme de los malos amores. De esa princesa que te busca por ser busca por ser jugador. Pero con el tiempo me di cuenta que si me quería por jugador, que seria de nosotros el día que deje de serlo.
Mientras para los otros chicos la diversión de turno era el cigarrillo, las salidas, las mujeres, yo seguía fiel a mi adicción de seguir jugando.
Me perdí muchas cosas, si, pero en el balance de las cuentas, el saldo es por demás positivo. Aprendí que no existe ayer sin saber usarlo hoy, porque, después de todo es lo único que queda.
A aferrarme con unas, dientes y todo lo que tenga al alcance a la búsqueda de un objetivo. A no rendirme jamás, más allá de cualquier obstáculo que tenga enfrente.
Todo eso es lo que aprendí de la escuela del fútbol, que me hizo lo que soy. E hizo que tenga la posibilidad de estártelo contando. Porque si estas escuchando o leyendo esto es porque te interesa, porque lo viviste, te gustaría vivirlo o lo vas a vivir. O tal vez simplemente te interese. Esto, querido amigo o amiga, es lo que existe atrás del fútbol. Y el Ascensor te lo cuenta.
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