miércoles, 29 de diciembre de 2010

Del Ascenso para el mundo: Sergio Goycochea




 La historia de Sergio Goycochea es la de un chico de pueblo, un pibe común, como cualquier otro, que quería llegar a la Primera, como cualquier otro y donde el único limite que existía era el cielo. Casi un sueño normal a su edad.

 Su historia en el fútbol comienza recién a los 13 años, jugando para el Lima Fútbol Club, equipo que justamente dirigía su padre, un ex arquero. Si bien el amor al puesto venía de herencia, este amor no se transmite, nace con uno. Y este amor, nació con él. El amor hacia el arco.

 Durante toda su infancia, sus hermanas Verónica y Silvina ya le pateaban penales en el patiecito de su casa, con la puerta como arco. Les debemos una final a las chicas.

 Cuando alguno decide ser medico, abogado, penalista, lo que sea, lo decide a partir de los 18 años, ya con uso de razón. El fútbol, como sabemos, no usa la razón sino el corazón. Un jugador sabe que quiere serlo a los 4 o 5 años, sin saber porque tal vez, pero quiere serlo.

 Solo un par de años después de su inicio en el fútbol, el siempre arquero –aunque jugó un par de partidos de 9-  Goycochea, con tan solo 15 años debutaba en la Primera de su club, de la mano de su padre, tal vez algo pudoroso por hacer jugar a su hijo, aunque el tiempo le terminaría dando la razón. Esa temporada obtuvo el titulo de Liga.

 Ese mismo año, el CADU, gran recolector de talentos de la zona, fue en busca del arquerito campeón de Lima fútbol Club, y lo contrató en seguida.

 Un par de años en el ascenso le bastaron para llegar a uno de los clubes más grandes de Argentina y porque no del mundo: River Plate.

 Siempre tuvo que pelearla de atrás. Con humildad y sacrificio, fue ganándose su lugarcito en el fútbol. Lamentablemente su llega a River se complementaba con el gran momento de Nery Pumpido, arquero campeón mundialista durante su estadía en Núñez.

 En total jugo 80 partidos en 5 años, sumado a los partidos del Sudamericano y Selección Juvenil, jugo casi un total de 100 partidos, nada mal para alguien a quién llamaron eterno suplente. sumado a que integro el plantel campeón de la Copa Libertadores y la posterior Intercontinental. Sin embargo, la necesidad de mostrarse y tener más continuidad lo empujó a mudarse a Colombia para jugar en Millonarios.

 Aquí, obtuvo la continuidad que necesitaba. Tal fue así, y tan alto fue ese rendimiento que llegó su gran chance de cumplir el sueño del pibe: jugar un Mundial.

 Para él, ya había llegado al techo de su carrera. Es mas, cuenta en el libro Ser o no ser arquero que antes del partido, llamó a Don Goycochea para que lo filme, que para el era lo máximo de su carrera estar de suplente en un Mundial. No sabía lo que vendría unos partidos después.

 Tan solo dos partidos tuvo que mirar desde afuera, ya que, tras la desgraciada lesión de Pumpido – se corto un dedo frente a la ex URSS- tuvo su oportunidad entre los 11. Y no la desaprovechó. 

 Grandes rendimientos suyos iban llevando al equipo a pasar obstáculos, ronda por ronda, paso a paso. Aunque su primer gran actuación protagonista fue recién en cuartos de final, en los penales frente a Yugoslavia. Pasamos, gracias a él.

 Llegaron las semifinales y el famosísimo partido con Italia. Aquel inolvidable 3 de julio, en el estadio San Paolo de Nápoles, con casi 60.000 personas de testigos.

 Los locales, claros favoritos, comenzaron ganando con un gol de Schilaci a los 17 del primer tiempo. Pero el equipo del Narigón, duro si los había, fue al frente todo el partido y consiguió su empate de la mano de Claudio Caniggia. 1 a 1, y a penales.

 Baresi, Baggio y De Agostini convertían para los tanos. Serrizuela, Burruchaga y Olarticochea, para los nuestros. La serie 3 a 3, la tensión carcomía la cabeza de todos aquellos que estaban viendo el partido. Pero en las bravas se ven los machos, y en esta, brava si las había, apareció nuestro héroe. Nuestro Salvador.

 Llega Roberto Donadoni. Acomoda la pelota ante la atenta mirada del Vasco. Bien adentro suyo, sabia que iba a contener el penal. Se agazapa, manos en las rodillas. Observa al rival hasta el último momento sin moverse. El italiano patea a la derecha y el 1 argentino ataja. Bien fuerte, arriba. La serie, arriba nosotros.

 Nuestro turno, va Maradona y claro, gol. Dibuje, Maestro. Y allí les toca a ellos de vuelta, esta vez al numero 20, Serena. El Goyco se acerca al arco. Se saca el barro contra el palo derecho. Se prepara…Patea el italiano y…¡¡Atajó!! ¡¡Finalistas!!  ¡¡Grande Vasco!!!

 Después llegaría la final, los expulsados, penal dudoso y afuera,Siamo Fuori, historia conocida. Pero sin embargo, este fue un antes y un después en la vida del nacido en Lima, no fue un episodio mas en su vida.

 La creciente fama le empezó a comer la cabeza. Si bien nunca se la creyó, el hecho de no poder caminar por la calle y tener una vida publica definitivamente lo perjudicó. Mientras más famoso se hacia, mas difícil era su vida. Hasta le inventaron rumores de SIDA por una lesión en el hombro. La fama de para todo.

 Terminado el Mundial, pasó a Racing Club. Al ser gran figura en el citado torneo, el cariño de la gente en casi todas las canchas se hacía notar, aunque deportivamente este paso no terminó siendo del todo bueno (un 6 a 1 incluido frente a Boca que liquidó el torneo). Algo mareado, decidió tomar su rumbo hacia el exterior para jugar en el Brest Francés, aunque solo por unos meses.

 Mientras tanto, estaba la Selección. Fue ganador de las ediciones de 1991 y 1993 de la Copa America. Sin embargo, aquel fatídico partido con Colombia, ese 5 a 0 inolvidable le costó el puesto y muchisimas críticas que con mucha personalidad supo sobrellevar.

 Terminada su experiencia europea, se vino para Sudamérica, a jugar en Cerro Porteño primero y Olimpia en Paraguay después. Luego, volvió a River, ya más experimentado y maduro que en su primer etapa, para disputar la temporada 93/94. Su paso en esta ocasión no fue tan positivo como el anterior (a pesar del título obtenido)  y marchó nuevamente, esta vez a Mandiyu de Corrientes. Luego tuvo pasos por Internacional de Porto Alegre, Velez Sarfield y terminó su exitosa carrera deportiva en Newell’s Old Boys de Rosario.
 
 Retirado del fútbol, se dedicó al modelaje y luego a la conducción televisiva. Siempre fue un tipo inteligente para saber que no todo gira alrededor del fútbol y supo buscar sus oportunidades en otros ámbitos.

 Nos deja más allá de sus títulos y sus penales atajados, la enseñanza que todo llega si uno se lo propone, que uno puede correr de atrás pero que con sacrificio y lucha, todo llega. Semejante talento, salido del ascenso.

Mira los penales de la semifinal de 1990

Alejandro Romero

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